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En la antigüedad, La Merced era un barrio, o anejo de la Parroquia rural de Alangasí, hasta que en mayo de 1964 se separó para formar una parroquia independiente, mediante decreto de la entonces Junta Militar de Gobierno. Por esta razón gran parte de su historia más antigua esta confundida con la historia de Alangasí, pueblo ancestral, en cuyo seno nació a partir de sus haciendas y más tarde se separó jurisdiccionalmente para emprender su propio destino.

Abordar la historia de La Merced, únicamente desde 1964, que hace su aparición oficial como Parroquia, sería un error que lesionaría su pasado milenario, pues todavía puede rastreárselo desde épocas que se remontan (junto con la Parroquia de Alangasí de la que formó parte hasta la mitad del siglo 20), hasta los confines del período llamado por los historiadores, el pre cerámico, o paleo indio, esto es hace 10.000 años. Su historia se inicia pues cuando en el paleo-indio (10000 años a.c.) se producen los primeros asentamientos de grupos nómadas llegados del norte a las estribaciones de la cordillera central, más concretamente en el sitio comprendido entre el Ilaló y el Inga que queda dentro de la Parroquia La Merced.

Hasta ahora, las investigaciones sugieren que el país se pobló paulatinamente a través del Callejón Interandino, cuando los glaciares de la última glaciación estaban en pleno retroceso. Amplios bosques cubrían nuestros valles y ofrecían múltiples recursos para los recién llegados, quienes encontraron en este sitio (en el Inga - La Merced) diversidad de animales, entre ellos: perezosos, llamas, armadillos gigantes, caballos, osos, ciervos, camélidos y, tal vez, mastodontes. Además, hallaron frutos y plantas en abundancia.

La cultura de “El Inga” que es como se ha denominado a estos asentamientos tempranos, se localizaba básicamente en las inmediaciones del cerro Ilaló en su cara oriental (sitio que hoy ocupa la Parroquia La Merced), y a lo largo del Valle de Los Chillos. Hasta allí llegaron y se asentaron los primeros pobladores atraídos por la abundancia de recursos minerales, como el ;basalto y la obsidiana, que les eran útiles para la elaboración de sus armas y utensilios.

Los asentamientos paleo-indios de El Inga datan, según los investigadores más conservadores, al menos de hace 10.000 años antes de nuestra era, aunque hay quienes aseguran que se remontan a 25.000 años, lo que implica que estuvieron conviviendo y a lo mejor alimentándose de ellos con los últimos ejemplares de la mega fauna del pleistoceno.


Este valle fue elegido por estas avanzadas humanas por cinco razones muy claras:

  • Altitud y clima muy benignos, con diversos nichos ecológicos.
  • Sitio relativamente plano, libre de páramo.
  • Conexión fácil con otros nichos ecológicos vinculados a su sobrevivencia.
  • Fácil conexión con el valle amazónico.
  • Abundancia de materiales líticos para la confección de sus herramientas y armas.


Un sinnúmero de evidencias arqueológicas, encontradas en estos sitios, consistentes en puntas de lanzas, flechas y otras herramientas de obsidiana permiten datar este periodo, caracterizarlo y fecharlo de hace 8.000 a 10.000 años. (Aunque no se han encontrado restos humanos, salvo los mencionados por el Dr. Jorge Salvador Lara y denominados, cráneos del hombre de Alangasí).

El sitio arqueológico de El Inga es considerado el de mayor antigüedad del Ecuador. En este lugar existió presumiblemente un campamento-taller que data del periodo paleo indio, en él habitaron hordas de cazadores-recolectores que deambulaban por la región en busca de medios de subsistencia y utilizaban temporalmente este espacio para elaborar armas y utensilios.

Luego de este periodo, y gracias a los pocos restos de cerámica que se han conservado para su investigación, se puede rastrear los asentamientos de culturas aborígenes del periodo formativo temprano (3600 años a.C. hasta 500 años a.C.), del periodo de desarrollo regional (500 años a.C. a 500 años d.C.) tal el caso de la presencia de los habitantes de la cultura Panzaleo; y hasta los del periodo de integración (500 años d.C. al 1500 d.C.).

“Pocas son las pruebas, pero parece que en la región del Ilaló existe una continuidad de la ocupación humana hasta el formativo, evidenciada por la presencia de cerámica en los sitios descubiertos por Bell en 1974”.1

Jara Holguer y Santamaría Alfredo. Atlas Arqueológico del Distrito Metropolitano de Quito, Biblioteca básica de Quito BBQ/28 Fonsal, 2009

Se puede decir entonces que la ocupación pre-Inca del Valle de Los Chillos, luego de largos 7000 años, se extendía desde el lado sur del Ilaló hasta los flancos del Sincholagua al sur; al oriente desde el Pasochoa y el Antisana; hasta las faldas de la loma de Puengasí al occidente, con asentamientos originarios de las culturas Caranqui, Cayambe y Quitu Cara (como los de Alangasí y Pintag). Como recuerdo de estas épocas quedan algunos toponímicos, posiblemente en lengua Quitu-cara como Ilahaló (ilalo), Pillibaro (o Billibaro), Guangahaló (Guangal) y Alangachi (Alangasí).

Para el periodo de integración que es uno de los más documentados por las evidencias arqueológicas, se sabe que en “Quito se encontraban asentamientos que se extendían también a los valles aledaños.”…En el Valle de Los Chillos, Urinchillo, Ananchillo, El Inga, Uyumbicho, Alangasí, Pintag”.1

Estos grupos se encontraban en proceso de integración con pobladores panzaleos que se expandían desde el sur y que con el tiempo se absorbieron en sus señoríos y se integraron en una red de “Bulus”, comercialmente enlazados por los “Yumbos” y “mindaláes”, económicamente preponderantes y militarmente fuertes, que son quienes más tarde ofrecieron resistencia a la intromisión de los ejércitos del Inca Huayna Capac.

El arribo expansionista de los conquistadores Incas al Valle de Los Chillos ocurre en 1487, sin embargo la entrada de los Incas en estos territorios tuvo enorme resistencia por parte de los ejércitos de Uyumbicho, Amaguaña, y Pintag. De hecho el general Pintag es célebre por estas campañas de resistencia a la penetración Inca a Quito y el Valle de Los Chillos.

Una vez vencidos y apaciguados estos territorios se articulan a la estructura del estado Inca, respetando los “mantayas” señores de los “bulus”, se crean los asentamientos de Hanan chillo (Amaguaña) y Urin chillo (Sangolquí); en Pintag se crean fortalezas, y los “Ayllus”, antes “Bulus”, se integran mediante el camino de los Incas uno de cuyos ramales se derivaba desde Pishingalli, en los flancos de Puengasi, hacia Pintag pasando por Conocoto, Ushimana y Alangasí.

En resumen, durante la ocupación Inca se establecen: mitimáes, redes comerciales, asentamiento de tambos, camino del Inca, encomiendas pecuarias y de cultivo, se modifican algunos términos toponímicos cambiándolos a la lengua quichua (por eso aparecen en el actual territorio de La Merced nombres como Cashachupa, Urcuhuaycu, Urpichupa, Cachihuaycu, Jatunguangal, etc.), se difunde la lengua del Inca como lengua de relación, aun cuando se conservan las lenguas locales para las relaciones internas. Todo ello respetando la estructura social y económica de los señores étnicos locales, y de sus ayllus, que pronto empezaron a ligarse en matrimonios con los “mitimáes”, “yanaconas” y “kamayuccunas”, traídos por los incas y asentados entre ellos.

Terminado el periodo de guerras de invasión empezó el periodo de sometimiento y dominio que se ha dado en llamar “colonia”. En el cual los españoles crearon las estructuras de explotación de las tierras que se habían auto adjudicado con la conquista. En este proceso se apoyaron en la estructura de autoridad ya existente desde anteriores épocas, respetando a los señores étnicos y canalizando a través de ellos el pago de tributos de vasallaje.

Para la explotación de estas tierras se crearon cuatro instituciones: las “encomiendas’, las “doctrinas” y las “mercedes de tierras” que podían ser también de ganaderías y los “obrajes”.

Se procedió primero a la repartición de tierras (“encomiendas de tierras”) para los “principales”, que habían participado en los hechos de armas, luego para los burócratas del nuevo estado y finalmente para las congregaciones religiosas y claro está no faltaron también adjudicaciones para aquellos herederos del Inca o de su panaca que se sometieron y aliaron con los españoles, o que se prestaron a ser utilizados como señores étnicos de pantomima.

Las “encomiendas” eran grandes extensiones de tierras con sus “respectivos indios”, quienes a pesar de continuar figurando como propietarios de ellas, debían tributar al encomendero en granos y trabajo.

La encomienda era sin embargo una institución regulada por el Consejo de Indias, que dispuso que la propiedad de las encomiendas no pudiera permanecer a perpetuidad en unas solas manos, sino que como máximo podía pasar a un heredero y luego de lo cual debía reintegrarse para ser adjudicada a otra persona o institución. Así fue como las encomiendas pasaron de mano en mano a través de diversas generaciones y en no pocos casos terminaron por ser adjudicadas a las órdenes religiosas, que ya bastante tierra tenían en el Valle de Los Chillos. Por ejemplo las tierras de la encomienda de Don Rodrigo Núñez de Bonilla que quedaban, parte en Alangasí y parte en Pintag, pasaron a ser regentadas por la orden de los Jesuitas. Y Don Juan Sarmiento quedó como encomendero de Alangasí, Uyumbicho, Amaguaña, Sangolquí y Conocoto.


Del total del territorio del valle las órdenes religiosas acaparaba hasta un 60% de la propiedad del suelo.

La colonia aplicó además otro sistema de adjudicación de tierras, al que llamó las “mercedes de tierras”, consistentes en entregar tierras de “la Corona” bajo solicitud a ciertos notables que hayan defendido los intereses de la colonia (entre ellos los propios conquistadores), para propiciar la implantación y explotación de cultivos, ganadería y obrajes, lógicamente la mano de obra estaría a cargo de los indígenas nativos y mitimáes.

Las primeras reparticiones de “mercedes de tierras” para labranza y ganadería en Quito se efectuaron en julio de 1535.

“Hacia 1536 las mercedes de tierras se extendieron al Valle de Los Chillos, Cotocollao, Zámbiza, Pifo y el valle de Machachi.” Parece ser que, poco a poco, a través de cien años más o menos, la tierra fue cambiando de manos, hasta que para la segunda mitad del siglo XVII (1660-1690) las tierras que todavía existían en manos de indígenas desaparecieron, pasando la propiedad íntegramente a manos españolas.

Un lapso largo, de un siglo y medio, transcurrió en este estado de cosas, hasta que en 1766, el Rey Carlos III decretó el 20 de agosto de 1767 la expulsión de la orden religiosa de los Jesuitas, de nuestro territorio. Con este suceso, se confiscaron sus propiedades, que pasaron a ser administradas, por una llamada: “Junta de Temporalidades”, hasta su enajenación -por compra o remate- en favor de terceros generalmente gente de la nobleza criolla.

Sin embargo, en 1832 se producen cambios fundamentales en la división política administrativa de las parroquias y cantones, que afectarían a la administración territorial de Alangasí y con ella a La Merced, así: la orden de los Dominicanos declara (o funda) como parroquia eclesiástica a Alangasí, con el nombre de “Pueblo Angélico de Santo Tomás de Alangasí” aunque su fundación de parroquia civil demoraría hasta el 2 de febrero de 1860. Por otra parte se deslinda Sangolquí como cantón independiente de Quito, quedando algunos de sus dominios, todavía adscritos a ella como parroquias rurales, este hecho rompió la unidad territorial y administrativa que se había mantenido por cientos de años desde la conformación ancestral de los “Bulus”, los “Ayllus”, los “señoríos étnicos”, y la “colonia”, viniendo a afectar hasta el presente en el manejo de territorialidades que siempre fueron afines y que hoy se encuentran no solo separadas sino a menudo enfrentadas.


 

Las Haciendas

Las primeras referencias a las haciendas que, asentadas en Alangasí, pasarán luego a formar los territorios de La Merced, se encuentran a partir de 1840, así se sabe que:

Don Rafael García y Ávila, propietario de la hacienda La Cocha en Alangasí se casó con Mercedes Carrión y de la Barrera propietaria de la hacienda Alcantarilla, y la hacienda Guangal unificando de este modo en una gran propiedad las haciendas: La Cocha, Guangal y Alcantarilla, de Alangasí (hoy La Merced) en una sola hacienda conocida como La Merced de Alangasí, que más tarde heredaría su hija Rosa María García y Carrión, casada
con Emilio Pallares Arteta. Había otra hacienda en los territorios que actualmente ocupa el barrio de Virgen de Lourdes, llamada hacienda de la familia Rivadeneira (Sr. Alberto Rivadeneira).


 

Primeros Orígenes

Quizá el primer germen que daría origen a la formación de un núcleo poblado, debe considerarse la construcción de la Capilla (1862) en terrenos de la comuna San Francisco, donde hoy es el Parque Central de La Merced. En aquel entonces esta plaza se llamaba “Cruz Loma”, este paso parece ser el hito más importante en la formación del barrio de La Merced, que era conocido como “Baños de La Merced de Alangasí”, pues el aparecimiento de la Plaza y la Iglesia permitía una centralidad alrededor de la cual se irían poco a poco congregando las casas, para formar un
pequeño centro poblado, con identidad propia.

Así, en 1928, la señora Rosa García de Pallares, donó la imagen de la Virgen de la Merced para la Iglesia, que fue trasladada a la hacienda primero y luego a la Capilla generando de este modo un motivo de identidad, puesto que la Virgen de las Mercedes pasó a considerarse la Patrona espiritual del Barrio.

Luego en 1936 según los relatos de los habitantes más antiguos, la hacienda La Merced, parceló una parte, en la parte alta del Ilaló, en lo que hoy se denominan los barrios altos.

En 1938, mediante la Ley de Organización y Régimen de Comunas expedida en 1937 durante la dictadura del General Alberto Enríquez, las comunas en Ecuador adquirieron legitimidad jurídica. Como resultado de la aplicación de esta Ley las comunas que de hecho existían en las faldas del cerro
Ilaló: Comuna de Guangopolo, la Toglla, el Tingo, Angamarca, Alangasí, San Francisco de Baños (hoy La Merced), y Tumbaco, quedan en legítima posesión de sus tierras mediante escrituras y registradas y legitimadas por el entonces Ministerio de Previsión Social y Trabajo.

Como se verá este es el origen legal de la Comuna San Francisco de La Merced, que constituye el eje territorial sobre el que más tarde se originará el Barrio y posteriormente la Parroquia de La Merced.

En 1938 (el 9 de agosto), se produjo un movimiento sísmico (terremoto), con epicentro en Alangasí y el Tingo, provocándose entre otros daños, la destrucción de la Capilla de Cruz Loma, en La Merced.

En 1948 se inicia la construcción de la nueva iglesia, en el mismo sitio de la anterior, pero esta vez se efectúa además la compra de terreno a la Comuna de San Francisco y se legitima así la propiedad sobre este inmueble.

En 1950, con el recurso ancestral de las mingas se produce la creación del Parque Central en la antigua “Plaza de Cruz Loma”, y la finalización de la construcción de la Iglesia.

Otro hito histórico que vino a transformar el paisaje territorial, jurídico y económico de la actual Parroquia La Merced fue la Ley de Reforma Agraria y Colonización promulgada el 11 de julio de 1964, a través del Decreto 1480, por la Junta Militar de Gobierno. Como resultado de este decreto, se produjeron repartos de tierras para los huasipungueros de las haciendas: La Merced, la Cocha, Santa Ana, Santa Rosa, San Vicente y Santa Anita.

La Hacienda la Cocha, que pertenecía a la familia García, pasó a manos de la familia Chiriboga (Sr. César Chiriboga), se dio un reparto de tierras a 15 huasipungueros, con un promedio de 1,5 hectáreas por predio; y, posteriormente a 9 personas más, con predios de unos 6.000 m2, dando un total aproximado de 24 hectáreas.

En la Hacienda Santa Ana se repartieron huasipungos y se beneficiaron 17 huasipungueros. La Hacienda Santa Rosa de la señora Rosa Calisto de Chiriboga entregó predios a aproximadamente 30 trabajadores.

También la Hacienda San Vicente, de propiedad del Sr. Gabriel Hidalgo, entregó predios a aproximadamente 12 huasipungueros. En cambio la Hacienda Santa Anita de la Familia Tobar entregó mediante compra venta 30 has. a la Familia Chuquimarca.

La Hacienda La Merced, que se había mantenido en propiedad de la familia Pallares, pasó a ser propiedad de Mariano Negrete, por corto tiempo y luego pasó a manos del Sr. Tapia Vargas, quien en lugar de reconocer los derechos de los huasipungueros pretendió despedirlos de la hacienda. Los huasipungueros liderados por la Sra. María Florinda Velasco, interpusieron un juicio con el abogado Dr. Elías Zambrano. En este contexto de
acontecimientos, el Sr. Tapia Vargas se ve obligado a entregar la Hacienda al Banco por razón de una deuda de hipoteca.

Parece ser que el Sr. Cordobés que por ese entonces estaba de contratista para la vía que une San Rafael con La Merced, adquirió la Hacienda. Fue entonces al Sr. Cordobés a quien le correspondió entregar los huasipungos a los trabajadores de esta legendaria hacienda, pues lograron hacer valer sus derechos, ganando el juicio que iniciaron por sus legítimas tierras. El IERAC (Instituto Ecuatoriano de Reforma Agraria y Colonización) hizo la entrega de tierras correspondiéndoles a cada uno según sus años de servicio, entre 6 a 7 has de terreno.

Algunos de los beneficiarios de la ley de reforma agraria prefirieron negociar con el propietario de la hacienda La Merced y adquirir por compra sus terrenos en la parte alta pagando en ese entonces a 2000 sucres la hectárea.

La Hacienda La Esperanza, surgió por un fraccionamiento de la parte baja de la Hacienda la Merced, colindante con los terrenos de la comuna San Francisco, primero fue de la familia Nieto Bucheli quienes compraron a la Familia Pallares y que luego la vendieron y pasa a ser propiedad del Ing. Carlos Álvarez Mosquera, y su esposa la Sra. Enma, quienes construyeron en estas propiedades el balneario La Merced, a comienzo de los años 50. No se conoce que esta hacienda haya entregado huasipungos, pues parece ser que más bien se procedió a la venta de lotes. Esta hacienda es por tanto la que primero se lotizó, a inicios de los años sesenta.

En 1964, el 4 de Mayo, se expide el decreto supremo para el reconocimiento de La Merced como parroquia rural, independiente de Alangasí. Este proceso había venido gestándose con anterioridad por impulso del Sr. César Balseca domiciliado para entonces en La Merced y con el respaldo de otros líderes que se juntaron entre los que se recuerda a.: Nicolás Gualle, Ramón Morales, Evangelista Fuentes, Alcides Mejía, Anita Quisaguano, José Quisaguano y Lucinda Morocho.

De esta manera este recorrido histórico da cuenta de los principales acontecimientos que han contribuido a la formación de la identidad de la Parroquia La Merced y que deben ser tomados en cuenta para la construcción de una perspectiva a futuro.

 

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